Pepa

La fotografía de lo invisible

Ésta es Pepa. Supongo que alguno de vosotros tendréis perro, y sabréis que hay un concepto de relación que gira alrededor del corrillo que se hace en el parque por las noches. De encontrarte con gente con la que se comparte el tiempo en que nuestros perros juegan. A mí me aterran esos momentos que suelen llenarse con conversaciones acerca de lo fino que tiene el pelo cierta raza, los problemas de respiración de los bulldog francés, los de estómago de los pastores alemanes… Conversaciones momentáneamente interrumpidas cuando uno de los perros caga, y hay que ir con la bolsita a recoger la plasta antes de que alguien la pise. Nudito, papelera, y se retoma la fascinante charla sobre la displasia o la castración.

Una mañana estaba paseando a mi Pepa y me crucé con Inma. Su perra venía corriendo y con toda la fuerza del bloque de hormigón que es (ya que la cosa va de perros, es un American Stanford), saltó sobre nosotras. Inma se agarró de mi brazo para no caerse y me dijo: “Es una perra buenísima, pero hace unos approaches…”
La fuerza de la costumbre hizo que me contara la historia de Shasha antes de contarme la suya propia, y que yo le hablara de Pepa antes que de mí. Pero misteriosamente se quedó ahí. Inma se arrancó con sus proyectos profesionales y yo le conté los míos. Mientras, las perras seguían jugando.

Cuando unos días más tarde nos pusimos de acuerdo para colaborar yo no sabía bien qué podía aportar al trabajo de Inma. El mundo del que vengo es diametralmente opuesto al suyo: formaciones distintas, edades distintas, territorios profesionales distintos… El desafío era tan vago –para mí, que el lenguaje de los negocios me suena a chino- como retador. Pero algo me atraía como un imán. Así que me puse en sus manos, con todas las antenas alerta para aprender a nadar en este mar nuevo.

El lema de Inma es inspirar líderes, hacer crecer las organizaciones con el talento de las personas, que a fin de cuentas son quienes las conforman. Y el origen de ese talento nace del corazón. Eso es lo que hizo conmigo, sin que yo me diera cuenta.

Soy ingeniera informática de formación, pero cambié rápidamente la consultoría por la fotografía documental. Porque a mí me gustan las historias, se cuenten como se cuenten. Sobre todo contadas con imágenes. En la cultura de la velocidad en la que estamos inmersos, en la que todo es inmediato, la vida está pensada para ser devorada sin digerirla. Consumida en monodosis. Todo viene encapsulado, envuelto en plástico. Aislado. Dividido. Preparado para ser descontextualizado. No se ve bien… ¿Recordáis una una cita muy famosa de Churchill?: Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego. Saint-Exupéry dijo una cosa muy parecida: Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.

Mi búsqueda de las historias contadas con imágenes arranca de esta misma sensación, la de que se nos escapa lo esencial, lo invisible. De que nos quedamos con la leña para el fuego y nos olvidamos del olor de la madera, del sonido del viento entre las agujas de los pinos. Por eso es normal que nos resulte complicado conectar con el otro. Porque desde la leña no se puede empatizar. No hay sentimientos, no hay emociones, no hay nada que reconozcamos en el otro. Las vacunas de Shasha, si salía con correa o no, no me acercaron a Inma. Su idea de perseguir una historia de titanes en el desierto, arrastrada por su hijo, sí.
Empecé a pensar dónde podían encajar los ojos de una fotógrafa más interesada en las personas que en su representación. Y era tan sencillo… Inma busca, igual que yo, a las personas.

La semana pasada fui a Aldeia Mata Pequena con un grupo de altos directivos en Portugal. Iban a hacer un workshop de Storytelling y Alto Rendimiento con Inma y Ángela Obón, en un nuevo formato de taller que nos incluía a las tres: Inma como especialista en conducta humana y Líder Coach, Ángela como guionista y storyteller, y yo como fotógrafa. Un team muy variopinto. Ellas os contarán su experiencia, pero a mí la que me impactó fue la mía. A pesar de las barreras del idioma en aquellas 48 horas hablamos en un lenguaje universal: el de las emociones.

La primera mañana la “fotografía” era muy sencilla: trece ejecutivos, un paraje idílico, un sol radiante, un pavo real paseando entre la docena de casas que componen la aldea, y un objetivo lleno de ambición para el 2016: ser mejores, haber llegado más alto, tener más reconocimiento… El equivalente en imágenes de la foto de prensa: un retrato de trece individuos en un sitio precioso. Y digo trece individuos, ojo. No digo un equipo. En cualquier caso yo no habría hecho esa fotografía. Creo que los fotógrafos tenemos una responsabilidad para con lo que retratamos que no se queda en el atrapar un momento, robar un gesto, una situación. Y yo aún no tenía nada que devolverles.

Durante los dos días que duró el taller esos compañeros se fueron acercando los unos a los otros, aprendieron a escucharse, a conocer sus fortalezas y sus puntos débiles. Descubrieron cuáles compartían y dónde se complementaban. Partieron de los datos fríos de su situación en el mercado para buscar un camino común desde el que mejorar aquello en lo que no eran tan buenos.

Mientras ellos hacían sus dinámicas yo les seguía con la cámara, buscando cada detalle. Antes de terminar el taller ellos hicieron un resumen de todo lo que habían vivido allí. De las cosas que habían hecho, y las que habían sentido. Entonces proyectamos un vídeo que yo había montado con las imágenes del workshop: todas y cada una de las cosas que les habían marcado estaban ahí. Eran las mismas que me habían marcado a mí. Porque eran las cosas que habían despertado una conexión real. Eran las cosas que habían llamado a las emociones.

La “fotografía” del último día estaba muy lejos de ser una foto de prensa. Ya no eran trece individuos, sino un equipo. Eran compañeros conscientes de la calidad humana de las personas que tenían al lado. Y sabían que era con ellos, gracias a ellos, incluso a pesar de ellos, que ese objetivo tan ambicioso para el 2016 podía ser alcanzado. El jefe del comité de la dirección dijo el primer día que esperaba ver brillar los ojos de sus compañeros al final del taller. Y así fue. Porque los ojos sólo brillan cuando son capaces de ver lo invisible. Cuando se ve con los ojos del corazón.

 

Artículo escrito por Irene Morán:

www.irenemoran.es
www.untrozodecarton.wordpress.com

81 Comentarios
  • Pepona
    Responder

    Conozco a Inma desde hace años, doy fe de que es realmente inspiradora 🙂

    23 abril, 2015 a 22:24

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