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Alto rendimiento: todos los días nos vamos de vacaciones

En uno de mis primeros viajes a China me llevaron a visitar una fábrica. Era justo la hora de comer. Nosotros veníamos de un restaurante pero los trabajadores de la fábrica debían haber comido en su puesto de trabajo. Sobre las mesas todavía estaban los boles y los palillos. Y ellos, al más puro estilo español, echando la siesta. ¡Ole! –pensé. Todos en cuclillas, con la cabeza apoyada sobre las rodillas y en el borde de la mesa. Si no dormían, estaban descansando. Más allá de lo chocante de ver a la gente durmiendo en esa postura imposible que tienen los asiáticos para descansar (y de ver con mis propios ojos que ese invento tan español como es la siesta no tiene fronteras), me sorprendió que en plena jornada laboral se echaran a dormir. A mí, con veinte años escasos, las 24 horas del día no me bastaban…

Mi capacidad de trabajar no tenía límites, mis ganas de triunfar, de comerme el mundo. Cuanta más energía le dedicara, mejor. No parar nunca, no desconectar jamás. Esforzarme un poco más, tirar un poco más… Desde fuera debía vivirse de forma distinta porque un día mi madre me hizo ver que tenía dos formas de canalizar la energía: convertirla en algo así como un bazooka automático (con el peligro que conlleva) o canalizarla con la práctica del yoga y la meditación. Las madres son muy sabias y yo le hice caso a la mía.

Con 22 años empecé a meditar y descubrí que podía embudar toda mi creatividad caótica y comunicarla con mucha más claridad. Descubrí que el ruido es un factor externo, que no tenemos ruido en nuestro interior y que en ese silencio se crea una pausa que se traduce en impulso a la hora de volver a actuar. Descubrí el katsugen, el movimiento que regenera la vida. El movimiento autónomo, no consciente que me reveló la respuesta de mis emociones en el organismo, de mis necesidades. ¡Wow! Aprendí a tener consciencia de mi presencia. Tomé plena conciencia de mí misma y la conexión con mi parte racional surgió de manera natural. Esas checklists de las que ya os he hablado, ese saber qué tengo que hacer en cada momento, se pintaron solas en mi cabeza.

Eso es el alto rendimiento. Enfocarse, concentrarse, tomar impulso, recuperarse, y volver a empezar. El ser humano, en circunstancias normales, actúa al 60% de su capacidad. Por mucho que corriera a mis 22 años, estos aprendizajes me han hecho comprobar que en el alto rendimiento el arco de productividad aumenta hasta el 90%.

He hecho una prueba esta mañana. He buscado definiciones de “alto rendimiento” en Internet. Y hay muchas… Alto rendimiento en el deporte, alto rendimiento en la empresa… Pero no he encontrado nada de alto rendimiento en la vida. Que es absurdo porque al final la vida es el ocio, el trabajo, el deporte… El alto rendimiento es un estilo de vida. Es una armonía entre el esfuerzo y el descanso. Es tener pequeños rituales que nos permitan recuperar la energía que gastamos. Para seguir con la analogía con el deporte, digamos que es el motivo por el que los partidos de fútbol tienen dos tiempos con un descanso entre medias. Es el motivo por el que yo, antes de salir al estrado a hacer un storytelling, me retiro a respirar, colocando mi cuerpo en una posición abierta. En lugar de revisar notas hasta el último momento, cierro los ojos y me conecto conmigo misma.

Hay una investigación muy rigurosa que dice que para funcionar en el alto rendimiento hay que armonizar las cuatro energías vitales: física, mental, emocional y espiritual. Las personas no estamos preparadas para rendir al máximo de manera continuada durante largos períodos de tiempo. Está comprobado que estamos al máximo cuando tenemos una oscilación entre el gasto y la renovación de la energía. Gastar la energía nos parece fácil, pero renovarla también lo es. Os doy unas pistas:

  1. Física: es nuestra fuerza, nuestra resistencia, nuestra flexibilidad. Fácilmente recargable durmiendo bien, comiendo bien, haciendo pausas cada 90 minutos para estirarse, pasear, beber agua…
  1. Emocional: ser conscientes de nuestras emociones, y sentirnos cómodos en ellas. Disfrutar las positivas y recuperarnos de las negativas. Responder en lugar de reaccionar desde la emoción.
  1. Mental: buscar la concentración y abarcar distintos puntos de vista.
  1. Espiritual: conocer nuestros valores, y no perder de vista el propósito que nos mueve, y que está por encima de nosotros mismos.

Tener constantemente recargadas las cuatro fuentes de energía es la clave para exprimir el alto rendimiento.

A fin de cuentas esto no es más que la versión empírica de lo que vio mi madre en la emprendedora imparable que yo era a los 22 años. Y esta misma sabiduría que mi madre me transmitió a mí se la he transmitido yo a mi hijo, pero desde la experiencia: el alto rendimiento es la forma que tenemos de funcionar el día antes de irnos de vacaciones. Cuando parece imposible que nos dé tiempo a terminar todos esos flecos que no pueden quedar sueltos, cerrar reuniones, entregar informes… y sin embargo, al final del día ponemos un check en la última entrada de la lista antes de cerrar la maleta: escribir el mail de respuesta automática de “fuera de la oficina”. ¿No pensáis, como yo, que ése día sí que se funciona en el alto rendimiento? Así habría que funcionar a diario.

Feliz verano a todos.

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